Los padres o al menos yo, por error o simple ilusión proyectamos nuestros deseos incumplidos en ellos, deseamos lo mejor y luchamos para que lo consigan, muchas veces esos deseos no coinciden con los suyos y se quedan por el camino, otras veces no se consiguen por diferentes motivos o necesidades, pero hasta ese momento, lo intentamos principalmente porque pensamos que es algo bueno o simplemente divertido.
A mi ,desde pequeña me llamaba la atención enormemente montar a caballo, recuerdo que los días que iba al campo pasábamos por el picadero, hoy centro de equitación llamado el Curro, y nunca llegué a decírselo , nunca les pedí a mis padres que me llevaran, principalmente porque conocía los temores de mi madre a que me pudiera pasar algo y antes que la negativa preferí seguir viviendo en mis frustrados deseos e imaginar en el camino a casa que paseaba por el campo en un caballo marrón…
Por supuesto nunca se convirtió en una frustración ya que tampoco he sido yo una deportista de nada y seguramente nunca se me habría dado bien, pero hoy hemos ido con Olivia a un picadero para ver si el tema le llamaba la atención, y ….le ha encantado.
Tanto que ha llegado a casa y se ha sentado a escribir una carta al que ya considera su caballo, un pony enano de color marrón que es con lo que empiezan los niños de cuatro años, ella me la iba dictando despacito mientras llenaba la hoja de garabatos:
“Querido caballo, hoy te voy a escribir una carta porque te quiero muchísisimooo caballito marrón, que te voy a acariciar y que me vas a darme paseos y vamos a jugar a coger la pelota que te doy muchos besos y abrazos y que comas hierba y que saltamos con las rectas rojas y blancas y que te voy a lavarte que vas a ir muy limpio con el champú de princesas y te voy a ir a ver muchas veces y que no te escapes porque volveré un dia caballito bonito que me encantas mucho”
Después de leer esto, va a ser que yo no, pero ella va a darse unos cuantos paseos en el caballo marrón que nunca monté.
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