Al lado del hotel veíamos todas las noches una gran cola de gente para entrar en la Brasserie Chartier, al final un día hicimos tambien la cola y en pocos minutos entramos en un local de lo más pintoresco, lámparas de globo en el techo, camareros con los trajes del siglo pasado, las mesas para compartir, una frasca de vino peleón, un chuzo francés al lado que te recomienda el paté, al otro lado una francesa simpatiquísima, con los que terminas al final de la cena chapurrenado en inglés
El bouillon Chartier empezó siendo un restaurante para los obreros de los talleres de Faubourg Montmatre, y desde 1890 poco ha cambiado, comida tradicional, buenos precios, el ruido de los platos y la iluminación es la misma de entonces, el mueble con cajones numerados servía para guardar las servilletas de los clientes habituales que ellos mismos iban a buscarlas y guardarlas al final de la comida, así como los compartimentos a modo de vagón de tren donde se colocaban las viejas maletas de cartón de finales del siglo XIX, todo sigue igual... hasta el final te sorprende cuando el camarero te hace la cuenta en el mantel, de memoria, sin calculadora y sabiendo que encima no te van a sablear, disfruté con cada plato las veces que fuimos, el confit o los escargots con ese toque a mantequilla, ajo y perejil, tengo que volver porque las dos veces me quedé sin la tarta tatin....y eso casi me crea un trauma , todo resulta tan sabroso porque te envuelves en un ambiente de lo mas parisino, del Paris llano y coloquial...del Paris que tanto me gusta.
Claire Keim Ça dépend
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